Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
JUNIPERO SERRA Y LAS MISIONES DE CALIFORNIA

(C) José-Luis Anta Félez



Comentario

CAPITULO XXIX


Arribo de los seis Misioneros a San Diego, y establecimiento

de la Misión de S. Gabriel.



Ya queda dicho en el Capítulo XXVI, como el día 7 de Julio del año 71 salió el Paquebot San Antonio del Puerto de Monterrey, y en él los seis Ministros para las tres Misiones del Sur con el Comandante D. Pedro Fages; y que después de ocho días de navegación, a 14 del mismo mes, dieron fondo en el Puerto de San Diego, donde hallaron a los Padres sin novedad, y los destinados para Ministros de aquella Misión se hicieron cargo de ella; y usando de la licencia, los dos que por enfermos la habían solicitado para retirarse, se embarcó uno en el mismo Paquebot, que salió el 21 del propio mes para San Blas, y otro con la primera partida que salió para la antigua California, bajó a una de aquellas Misiones.



Luego que el Barco salió se empezó a tratar de los nuevos Establecimientos; pero por la deserción de diez Soldados, a tiempo que estaban ya para salir, hubieron de detenerse hasta que se consiguió su incorporación en la Tropa, por haber ido uno de los Misioneros a convencerlos, ofreciéndoles el perdón; y estando dispuesta la salida para el día 6 de Agosto, volvieron otros a desertar; pero no obstante esto dispuso el Capitán que saliesen los de la Misión de S. Gabriel; que después saldría él con los Padres de S. Buenaventura.



El citado día 6 de Agosto salieron de San Diego los Padres Fr. Pedro Cambón, y Fr. Angel Somera resguardados con diez Soldados, y, los Arrieros con la Recua de los avíos. Caminaron hacia el rumbo del Norte por el camino que transitó la Expedición; y habiendo andado como cuarenta leguas, llegaron al Río de los Temblores (llamado así desde la Expedición primera): y estando en el registro para elegir terreno, se les presentó una numerosa multitud de Gentiles, que armados y presididos de dos Capitanes, con espantosos alaridos pretendían impedir la fundación. Recelando los Padres se rompiese la guerra, y se verificasen algunas desgracias, sacó uno de ellos un lienzo con la imagen de nuestra Señora de los Dolores, y lo puso a la vista de los Bárbaros; pero no bien lo hubo hecho, cuando rendidos todos con la vista de tan hermoso Simulacro, arrojaron a tierra sus arcos y flechas, corriendo presurosos los dos Capitanes a poner a los pies de la Soberana Reina los abalorios que al cuello traían, como prendas de su mayor aprecio; manifestando con esta acción la paz que querían con los nuestros. Convocaron a todas las Rancherías comarcanas, que en crecidos concursos de hombres, mujeres y niños venían a ver a la Santísima Virgen, cargados de varias semillas, que dejaban a los pies de la Santísima Señora, entendiendo que comía como los demás.



Iguales demostraciones hicieron las mujeres Gentiles del Puerto de San Diego después de pacificados aquellos habitadores; pues habiéndoles manifestado otra imagen de nuestra Señora la Virgen María con el Niño Jesús en los brazos, luego que lo supieron en las Rancherías inmediatas, ocurrieron a verla; y como no pudiesen entrar, por impedírselos la estacada, llamaban a los Padres, y metían por entre los palos sus cargados pechos, expresando vivamente por señas, que venían a dar de mamar a aquel tierno y hermoso Niño, que tenían los Padres.



Con haber visto la imagen de nuestra Señora los Gentiles de la Misión de San Gabriel, se mudaron de tal suerte, que frecuentando las visitas a los Religiosos, no sabían cómo manifestarles el contento de que hubiesen ido a avecindarse en sus tierras, y ellos procuraban corresponderles con caricias y regalos. Pasaron a registrar aquel grande llano, y dieron principio a la Misión en el lugar que juzgaron a propósito, con las mismas ceremonias que quedan referidas en las demás Reducciones. Celebróse la primera Misa bajo de una enramada, el día de la Natividad de nuestra Señora 8 de Septiembre, y el día siguiente dieron principio a fabricar una Capilla que sirviese de interina Iglesia, y asimismo una Casa para los Padres, y otra para la Tropa, todo de palizada, y con cerco de estacas para la defensa en cualquier evento. La mayor parte de la madera para las Fábricas la cortaron y arrancaron los mismos Gentiles, ayudando a construir las casitas, por cuya causa quedaron los Padres con la expectación del feliz éxito, y que desde luego no repugnarían abrazar el suave yugo de nuestra Evangélica Ley.



Cuando más contentos estaban aquellos Naturales, desgració esta buena disposición uno de los Soldados, agraviando a uno de los primeros Capitanes de las Rancherías, y lo que peor es, a Dios nuestro Señor. Queriendo el Capitán Gentil tomar venganza del agravio que se había hecho a él y a su mujer, juntó a todos los vecinos de las Rancherías inmediatas, y convidando a los hombres capaces de tomar las armas, se presentó con ellos a los dos Soldados, que distantes de la Misión, guardaban y apacentaban la caballada, de los cuales era uno el malhechor. En cuanto éstos vieron venir tanta gente armada, se vistieron las cueras para el resguardo de las flechas, y se pusieron en arma, sin tener lugar de dar aviso a la Guardia, que ignoraba el hecho del Soldado. Lo mismo fue llegar los Gentiles a tiro de escopeta, empezaron a arrojar flechas, encaminándose todos al Soldado insolente. Este con la escopeta apuntó al que veía más osado, presumiéndose sería el Capitán, y disparándole una bala lo mató. Luego que los demás vieron el estrago y fuerza de las armas de los nuestros que jamás habían experimentado, y que las flechas no les hacían daño, huyeron presurosos, dejando al infeliz Capitán, que después de haber sido el agraviado quedó muerto; de cuyo hecho resultó que se amedrentasen los Indios.



Llegó a pocos días de haber sucedido esto, el Comandante con los Padres, y avío para la Misión de San Buenaventura, y temiendo que los Gentiles hiciesen algún atentado para vengar la muerte de su Capitán, resolvió aumentar la Guardia de la Misión de San Gabriel hasta el número de diez y seis Soldados. Por este motivo y la poco confianza que había de los restantes, a vista de tan repetidas deserciones, hubo de suspenderse el Establecimiento de la Misión de San Buenaventura, hasta ver el éxito de la de San Gabriel, donde quedaron los dos Ministros de aquella con todos sus utensilios hasta nuevo aviso. El Comandante subió con los demás Soldados para Monterrey, llevándose al que había matado al Gentil, para quitarlo de la vista de los otros, no obstante que el escándalo que había cometido estaba oculto así al Comandante como a los Padres.



Quedaron por esta razón cuatro Misioneros en la Misión de San Gabriel; pero habiendo enfermado los dos Ministros de ella, en breve tiempo hubieron de retirarse a la antigua California, y los dos destinados para San Buenaventura quedaron administrándola, y procuraron con toda la suavidad posible atraer a los Gentiles, quienes poco a poco fueron olvidando el hecho del Soldado, y la muerte de su Capitán y empezaron a entregar algunos niños para ser bautizados, siendo de los primeros el hijo del miserable difunto, que con mucho gusto dio la Viuda; y a su ejemplo fueron otros entregando los suyos, y se fue aumentando el número de Cristianos, de suerte, que pasados dos años de, fundada la Misión que estuve yo en ella, ya tenían bautizados setenta y tres, y cuando murió nuestro V. Padre se contaban mil y diez y nueve Neófitos.